Muchas veces me experimento en la cuerda floja, y este
sentir no es un sentimiento pesimista ni negativo, es experimentarse despojado
de todas esas máscaras y seguridades que nos vamos poniendo o que nos imponen.
Es aceptarse que uno no es dueño de la vida, sino más bien es un pasajero que
toma ese tren. Es sentir que uno no pregunta, sino que responde a la vida.
Verse en esa cuerda, con un abismo debajo, confiando
plenamente en que uno no se caerá, en que se podrá avanzar e ir llegando a las
siguientes estaciones. No tenemos el control de la vida, no podemos exigirle
nada, creerse que uno tiene poder es más que una ilusión, es algo que dura un
instante, al siguiente instante puede presentarse una situación que este fuera
de control. Lo único que podemos tener el control es sobre el televisor, la
computadora, la radio, etc.
Esto de alejarnos de la esencia de la vida, es lo que
provoca en nosotros ese vacío existencial, que buscamos llenarlo con placeres
ciegos que nos apaciguan ese dolor, pero la efímeridad regresa con el amanecer,
y cada vez la llama de la luz en nosotros se va apagando, se va quedando sin
aceite para mantenerse encendida. Es parte de nuestra propia humanidad estar en
la cuerda frágil, pero es necesario buscar la grandeza de la humildad, que
tanto cuesta, pero pensando en ser menores que los demás, nos lleva al
encuentro, con el verdadero amor.
Ezequiel Joaquín Portela Bongiovanni
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